lunes, 21 de marzo de 2011

(de)Generaciones y destrucciones

La generación espontánea es la teoría sobre el origen de la vida en la Tierra más comúnmente aceptada. Damos por sentado que unos primitivos seres unicelulares aparecieron de la nada y dieron lugar (con la ayuda de Darwin y el paso de los milenios) al hombre contemporáneo.
Pero toda teoría dominante tiene sus teorías opositoras. En principio menos estudiadas y seguidas, pero con las mismas posibilidades de ser ciertas.

Como ejemplo, la panspermia moderna traslada el inicio de la vida al exterior y basa su postulación en que existen bacterias capaces de sobrevivir en el espacio hasta el punto de viajar interestelarmente alojadas en el interior de los meteoritos.
De acuerdo con esta teoría, nuestro planeta actuó únicamente como tierra de cultivo de unas semillas generadas fuera del mismo.

Trasladando la panspermia de dimensiones inabarcables a otras más “domésticas”, podemos fácilmente comprobar cómo la generación exterior tiene lugar día a día, con mayor o menor éxito.

La revolución del mundo árabe es el mejor ejemplo de panspermia aplicada. El origen de la misma tuvo lugar en un país y su influencia se extendió a otros, generando asímismo otra revolución.
El alzamiento popular en Túnez comenzó siendo un hecho aislado y ha terminado marcando el origen de lo que puede convertirse en el mayor cambio político a esfera mundial del siglo XXI.
Por tanto, la influencia externa ha jugado un papel fundamental.

Pero para que la panspermia triunfe es necesario que las condiciones en el lugar de destino de las partículas sean las óptimas para el desarrollo de la vida a nivel superior.
La influencia tunecina en Egipto fue un éxito. La unidad del pueblo y el apoyo del Ejército a la revolución fueron factores esenciales para la evolución del movimiento y el triunfo del mismo.
En el caso de Libia, sin embargo, Gadafi cuenta con el apoyo del Ejército y de buena parte del pueblo. En casos como este, la panspermia tiene pocas posibilidades. De hecho, está pasando a convertirse en éxodo.

¿Cómo evitar que algo llamado a ser origen termine siendo extinción?
La intervención aérea internacional ha sido el primer paso para prevenir un daño mayor. Otra influencia externa sobre la mesa.

Después de años haciendo oídos sordos a los regímenes autoritarios árabes, la salvación del pueblo se erige como objetivo de los 'aliados'.
¿Por qué occidente ha cambiado ahora de opinión?
Parece que fuera necesario un acontecimiento de tales magnitudes para condenar los abusos de los líderes. Pero entonces, ¿por qué se decide la intervención en ciertos lugares y se obvian otros en situaciones semejantes?

La generación de vida de forma externa ha quedado demostrada en Egipto, pero en Libia ha encontrado dos enemigos difíciles de batir: el propio gobierno y las fuerzas internacionales.
Estos dos agentes han trasladado la importancia hacia su propia lucha y han dejado la opresión del pueblo a un lado.
Es difícil escoger bando cuando el que padece las acciones de los contendientes es el mismo.
La intención de Gadafi y sus defensores es el fracaso de la rebelión. Puede que la intención de los aliados sí sea liberar al pueblo. Quizá cuando ganen su guerra no haya pueblo que liberar.

jueves, 10 de marzo de 2011

Oda a los 16 mm.


Cuando voy al cine siempre hago una cosa. Si no la hiciera no tendría ningún sentido ir a una sala de exhibición por el módico precio de, como mínimo, 6 euros.
Comparo reacciones. A la hora de leer un libro o escuchar una canción, la imaginación de cada uno funciona de manera diferente. Todos leemos o escuchamos lo mismo, pero las imágenes que formamos en nuestra cabeza difieren por completo. Pero en el cine las imágenes nos vienen dadas y, sin embargo, la manera en que las percibimos también es distinta. La misma imagen puede significar cosas radicalmente opuestas para cada espectador. El director ha dado forma a su obra con un objetivo y con la finalidad de despertar ciertas reacciones en su público, pero este objetivo se transforma en cada retina a la que llega la imagen.
Y esta es la magia del cine. Cómo una representación dirigida y controlada puede adquirir múltiples significados y remitirnos a vivencias personales y únicas en cada uno. Cómo un público aparentemente homogéneo reacciona de forma opuesta ante el mismo estímulo. Y cómo un público aparentemente distinto puede verse unido por este mismo estímulo.
Este hábito que puede parecer -y en efecto lo es- simple, conforma la esencia y la razón de ser de una película. El dirigirse a un público masivo y terminar encontrando SU público. El convertirse en parte de nuestras vidas.
Los primeros espectadores de imágenes en movimiento el 28 de diciembre de 1895 se vieron sobrepasados por la experiencia. Con sólo la imagen de unos cuantos obreros, un jardinero y un tren los hermanos Lumiére despertaron en aquellos pocos afortunados sensaciones nuevas y prometedoras. Hasta hoy día, el cine ha seguido jugando con nuestra psicología. Una buena película atrapa y descontextualiza, te hace vulnerable tanto como puede hacerlo un buen libro o una buena canción.
Ir al cine no es un simple entretenimiento de fin de semana, es una cultura, es dejar a un director que entre en tu mundo sin distracciones externas y con unos cuantos elementos que, a pesar de que los sepamos falsos desde un principio, consiguen convertirse en verdaderos mientras el proyector trabaja.
Por todo esto me aventuro a pensar que el cine y su exhibición no tendrán un pronto final. Los amantes de este bien llamado arte seguiremos valorando lo que una sala, una butaca y una pantalla de 17x24 significan.
Por descontado, todo arte explotado se convierte en negocio. No se debe olvidar que cine también significa industria y beneficios, y el arte y la industria suponen una mezcla difícil. Nunca se llega a saber del todo si priman la divulgación de la cultura y el servicio al espectador o las ganancias personales. Como en cualquier campo, el cine también se ensucia con ambiciones que dejan de lado el buen desarrollo del proceso artístico y creativo y se limitan a crear productos vendibles y con retorno de inversión asegurado. Si a esto sumamos que el altruismo está más cerca de la utopía que de la realidad, no sería difícil decidirse a reemplazar fila 10 y butaca 15 por el sofá de casa.
Pero lo cortés no quita lo valiente. Se puede -y hay ejemplos numerosos- combinar el arte con el beneficio. Generar un film cuidado, fiel a la visión y estilo del cineasta no tiene por qué estar reñido con el éxito del mismo.
Y también ahí radica la magia del cine. Que una visión personal pueda trascender y capturar a millones de personas y a kilómetros de distancia. Los directores que arriesgan y aceptan ese reto son los que conseguirán salvar el cine y conciliar industria, arte y espectador.
Afortunada o desafortunadamente, el séptimo arte, como casi todo en el mundo en que vivimos, necesita dinero para sobrevivir. Los espectadores lo sabemos, y estamos dispuestos a pagar por la experiencia y contribuir así a la generación de otras. Siempre y cuando se nos respete y se tenga en mente que, sin espectador, no hay película que valga.
El peligro radica en convertir el cine en lujo. El derecho a disfrutar de la cultura se ve amenazado por los precios excesivos y casi prohibitivos. Las proyecciones dejan de tener en su epicentro al largometraje en sí y trasladan la importancia a lo accesorio. Ya no vas al cine a ver la película, vas a ver la película mientras te comes un “Súper combo mix de palomitas grandes y refresco gigante”.
Todo esto hace que pierda su poder y magnificencia y favorece que pueda pasar a ser disfrute de unos pocos.
La salvación del cine radica en saber combinar el mantenimiento de la industria con el servicio al público. Algo tan grande no debería ser excluyente. Es esencial que los espectadores no nos sintamos víctimas de la ambición personal y que no veamos en directores, productoras y exhibidores a los verdugos. La conciliación entre ambas partes es posible y necesaria para que un invento que comenzó sobrecogiendo no termine desengañando.
Como decía Truffaut, “no se puede poner un final optimista, porque la vida no es optimista; tampoco se puede poner un final pesimista, porque sería un desastre comercial. Es necesario un final que incluya los dos”.