lunes, 24 de enero de 2011

La perversión de la Red


La censura, en todas sus escalas, es un ejercicio inherente al ser humano e imposible, por tanto, de erradicar.
En casos como en el del periodismo, y lamentablemente en muchos otros, el dinero va de la mano de las influencias. A mayor poder económico en un medio, mayor influencia. A mayor influencia, mayor control sobre los contenidos. A mayor control sobre los contenidos, mayor poder de censura. Así de simple es el funcionamiento de gran parte de nuestros supuestos informadores.

Una vez planteado el problema, el siguiente paso es encontrar el camino a la solución.

Internet.

Es, cuanto menos, paradójico que la que en principio es la plataforma de comunicación más democrática e igualitaria existente naciera en plena Guerra Fría y con fines meramente militares. El objetivo de esta red creada por los norteamericanos era que, ante un posible ataque ruso, se pudiera tener acceso a la información militar desde cualquier punto del país. De 4 ordenadores conectados se pasó a 40, y de ahí hasta hoy.

Y hoy, Internet se nos muestra como una plataforma de comunicación (que no medio) en la que el ciudadano encuentra su oportunidad para opinar, criticar, alabar, conocer... En definitiva, una plataforma que deja al lado cualquier tipo de discriminación y hace de la comunicación algo bidireccional y constructivo. Siempre y cuando se disponga de ordenador y conexión a Internet.

Pero en el momento en el que algo adquiere una dimensión global se ve inevitablemente afectado por los problemas globales.
En Internet también hay luchas de poder. También jerarquías. También censura. Y dinero en juego.
Mientras los usuarios de a pie intentamos hacernos oír a través de blogs o redes sociales, los magnates de la red juegan sus cartas y buscan utilizar esta democracia inicial para el beneficio personal, político o económico.

Uno de los agentes con más influencia en el negocio de Internet por su rápido crecimiento y expansión internacional es Google.
Este crecimiento ha traído consigo pingües beneficios, acompañados de las consecuentes polémicas.
La búsqueda de información en Internet pasa por el tamiz de lo que no deja de ser una empresa con sus propios intereses. El internauta que eche mano de este motor para encontrar lo que busca queda expuesto a la pugna entre actores como partidos políticos, empresarios o anunciantes.

Y de nuevo, el que sale ganando es el que tiene el dinero. Más allá de democracia y libertad de expresión.

El criterio económico es, por ejemplo, el que regula el posicionamiento en los resultados de las búsquedas. Los servicios SEO y SEM que ofrecen las empresas de marketing se basan en la aplicación de ciertas técnicas para conseguir un puesto preferente en los resultados de los buscadores. Y estas técnicas suelen basarse en la compra de estos puestos.
Esto condiciona también las noticias y opiniones que sobre esas empresas aparezcan en el buscador.

Aquí va un ejemplo sencillo. Imaginemos que “El Corte Inglés” compra la palabra “alimentación” para que, al teclearla en Google, aparezca su página web en el primer puesto. “El Corte Inglés” está dando un beneficio económico a Google. Por tanto, Google se las apañará para que, al buscar “El Corte Inglés”, ninguna de las primeras informaciones u opiniones que sobre la empresa aparezcan como resultado sean negativas. Porque, si así fuera, “El Corte Inglés” podría amenazar con retirar su compra de posiciones. Y Google perdería dinero.

¿No es esto, por tanto, otro tipo de censura?

La última noticia relacionada con este asunto la protagonizan el famoso buscador y la Agencia Española de Protección de Datos. La AEPD ha solicitado a Google que elimine enlaces relativos a 93 personas. Según la Agencia, “la ausencia del derecho al olvido puede entrañar perjuicios personales importantes”.
Como ejemplo, el caso de un ciudadano que, cumplida su pena por un delito menor, ha comprobado cómo la información sobre su caso sigue difundiéndose al estar en la hemeroteca de un medio indexado por Google.

El pasado 19 de enero, los casos de 5 de esas 93 personas fueron tratados en la Audiencia Nacional. En su defensa, el buscador alegó que eliminar los enlaces a ciertas páginas supondría atentar contra la libertad de información y expresión y supondría un “tipo de censura” y una “pérdida de objetividad”.

Es cierto que la responsabilidad de que ciertos contenidos permanezcan en la red recae en las páginas que los publican, no exclusivamente en los motores de búsqueda. También es cierto que no sólo en Google aparecen dichos enlaces, y que el buscador, al fin y al cabo, es un intermediario entre el que busca y lo que contienen los resultados obtenidos.

Pero el quién tenga o no razón no es lo que me preocupa. Lo realmente preocupante es que Google utilice el argumento de la censura y la “pérdida de objetividad”, cuando ha quedado demostrado que la red tiene matices y recovecos que la hacen un poco menos objetiva y un poco más censora.

¿No dejan Google y demás participantes en esta lucha de intereses la objetividad y libertad de información a un lado?
¿No son la compra de espacios publicitarios y la consiguiente influencia en los contenidos aspectos casi caracterizadores de los medios de comunicación y, por tanto, de ciertos contenidos de Internet?
¿No es en ocasiones Google un elemento más al servicio de la censura y la falta de objetividad?

Especialistas en el uso de las nuevas tecnologías de la información como Evgeny Morozov argumentan que el “bombo” sobre el enorme potencial de la red para promover sociedades abiertas y reducir el autoritarismo es iluso y pretencioso.

En cierta manera, y como reflejo de la vida real, Internet ha dejado de ser un instrumento democrático e igualitario para verse contaminado por las enfermedades de la sociedad que lo controla y ensuciado por las ambiciones humanas.


Aún así, la red sigue siendo una plataforma con un extraordinario y esperanzador potencial que, bien empleada, siempre servirá como campo de debate, opinión y enriquecimiento global.
Una plataforma libre que necesita ser utilizada y gestionada para la defensa del bien común y las libertades de información y expresión y plantar cara a los que las pervierten. 

martes, 18 de enero de 2011

Ocho dientes que dan para una humanidad.



“La humanidad nace en Israel”, “Un hallazgo sitúa la cuna de la humanidad en Israel”; éstos y otros parecidos han sido los titulares de los que se han servido diversos medios  para dar eco a un estudio publicado recientemente en el American Journal of Physical Anthropology.

Dicho estudio se basa en el descubrimiento, y posterior investigación, de 8 piezas dentales -que expertos españoles datan entre los 300.000 y 400.000 años de antigüedad- cuyo emplazamiento no es otro que la Cueva de Qesem, a apenas un kilómetro del muro que separa Palestina e Israel.

El propio autor del estudio, Israel Hershkovitz, aventuraba ya poco antes de la publicación del mismo que “ el 90% de la gente querrá sacarnos las tripas”. Y es que los resultados que defiende son, cuanto menos, controvertidos.

Así de primeras, sin anestesia, sitúan el nacimiento de la humanidad en Oriente Medio hace alrededor de unos 300.000 años.  Todo ello, frente a la teoría generalmente aceptada, por expertos y profanos, que establece el origen del ser humano en Tanzania y Etiopía, a grosso modo éste de África, cerca de 180.000 años atrás.

Que la investigación es rigurosa, es algo que tampoco se puede dudar; en 2008 Hershkovitz pone a disposición de Juan Luis Arsuaga, codirector de Atapuerca, los ocho dientes encontrados en 2002 por arqueólogos de la universidad de Tel Aviv. Fueron sometidos a examen y comparación con más de 50 restos de neardentales, sapiens y otros homínidos, incluidos los que habitaron la sierra de Atapuerca; y pasaron por la universidad de Burgos para que les fuera realizado un escáner.

Pero a poco que se profundice en los resultados mostrados en la publicación, es fácil ver que generan más dudas que certezas:
-       ¿Son suficientes las piezas dentales encontradas para sustentar toda esta teoría?
El estudio arroja que los dientes hallados presentan características prácticamente idénticas a las de nuestra especie, si bien, no son pocos los expertos que los consideran un material muy poco concluyente: “Está bien que se proponga que los sapiens se originaron fuera de África, pero es un poco atrevido hacerlo sólo con ocho dientes", advierte el investigador Eudald Carbonell, quien lleva décadas trabajando como codirector con Arsuaga en Atapuerca.
-       Aun perteneciendo efectivamente los restos a un hipotético “homo sapiens”, quedaría por probar que realmente exista vinculación con nuestra especie.
La corriente que enmarca el nacimiento del hombre en África cuenta con el apoyo de la Teoría de la “Eva Mitocondrial”, gracias a la cual se establece una vinculación genética entre los homínidos allí encontrados y el ser humano actual. De forma resumida, esta teoría se basa en el estudio del ADN de las mitocondrias, por permanecer éste intacto por numerosas generaciones, lo que permite afirmar la existencia de una línea de descendencia.
Mientras que este reciente estudio no acaba por probar si quiera, bien si nos encontramos ante una variante de neardental similar al sapiens, a un sapiens mucho más antiguo, o incluso a una nueva especie no conocida.
-       Se conocen 3 migraciones del “homo sapiens” desde África, ¿cómo concuerda esto con un origen en Israel?
Los investigadores propugnan por una primera movilización del hombre desde Israel a Etiopía hace 150.000 años, desde dónde se producirían el resto de migraciones. Ello choca con las teorías, hoy por hoy aceptadas, que defienden los desplazamientos migratorios como de “único sentido”.

Dejando a un lado el aceptamiento, escepticismo  o desacuerdo que genere este estudio; creo que lo verdaderamente interesante es la constatación de un interrogante claro: “¿Cuánto nos queda por saber?”. Y es que, al paso que van áreas como la paleontología, es de esperar que los próximos años nos deparen muchas sorpresas acerca de nuestro origen y posterior evolución.

viernes, 14 de enero de 2011

D.E.P.


A las 00:00 horas del pasado 28 de diciembre de 2010 la cadena de noticias CNN+ echaba el cierre obligado y daba paso a la emisión en pruebas del canal Gran Hermano 24 horas.

Tras su fusión con Cuatro, Telecinco ha obtenido la licencia de televisión en abierto de PRISA, que a su vez tenía la opción de alquilar un canal “con el fin exclusivo de desarrollar un canal de noticias” durante un máximo de 3 años, a lo que el grupo de medios de comunicación renunció.

Es esta renuncia y la falta de interés de Mediaset en crear un canal exclusivamente informativo lo que se ha llevado a CNN+ por delante.
Con la “falta de viabilidad económica”, según portavoces del grupo, como razón principal, CNN+ ha sido la víctima de un sistema empresarial que se aleja de la vocación periodística y hace oídos sordos de protestas por parte de trabajadores y público.
A 5.000 millones de € asciende la deuda del grupo PRISA, que ha acabado con 2 canales en 2 años: Localia primero, CNN+ después. Una supuesta mala gestión se ha llevado por delante un producto audiovisual de indiscutible calidad informativa. Un producto que hacía del periodismo lo que siempre fue y no debería dejar de ser: un oficio, un trabajo por y para la sociedad libre.

Pero la audiencia es la que llama al dinero. Y el dinero es el que manda.

El cierre de CNN+ va más allá de la desaparición de una cadena y, por supuesto, la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. El cierre de CNN+ trasciende a la sociedad española en su conjunto, que pierde un instrumento de información vital en un tiempo en que los valores del buen periodismo escasean.

Y por si la pérdida era poca, Paolo Vasile se saca a Gran Hermano de la manga y ocupa el vacío que dejan Gabilondo, Calleja o San José con “edredoning”. La telerealidad sustituye a la realidad. Se premia con más horas en antena a modelos de conducta y programas que favorecen la creación de telespectadores pasivos que “engullen” imágenes.

“Share” y número de espectadores son tomados como criterios absolutos a la hora de guillotinar o no un producto audiovisual mientras derecho de información, objetividad o calidad informativa pasan a ser criterios de segunda.

Hacer buen periodismo parece un lujo que conlleva estar relegado a audiencias mínimas y pérdidas económicas. La investigación está poco valorada, y a los que la hacen se les persigue. El beneficio económico y personal se antepone una vez más al beneficio social.
El espectador con ganas de saber, capaz de valorar el periodismo de calidad cuenta desde el 28 de diciembre con una razón más para renegar de la televisión española.