sábado, 26 de noviembre de 2011

La misma piedra

Cuando cometemos errores, cuando nos damos cuenta de que hemos hecho una mala elección, siempre podemos rectificar. Y, si es demasiado tarde, al menos nos queda la certeza de que lo que no te mata, te hace más fuerte. Mirar al pasado siempre supone aprender de los errores. O así debería ser.

Mientras veo un reportaje sobre la masacre de Srebrenica en 1995, las imágenes se me antojan irrepetibles, y el sentimiento agridulce. Una mezcla de rabia, impotencia, indignación… pero a la vez alivio y seguridad. La seguridad de que las matanzas basadas en motivos étnicos no se volverán a repetir. Porque la humanidad ha aprendido a fuerza de sufrimientos. O así debería ser.

Acto seguido me da por consultar la web de una agencia de noticias internacional. La foto de Breivik, el neo-nazi noruego que acabó con la vida de 77 personas en Oslo el pasado julio, ocupa buena parte de la página principal. Y se me caen los esquemas. Aquello fue una masacre. Una masacre movida por el odio étnico. Hace pocos meses. En el siglo XXI.

Puede que la manera de denominar dichos actos cambie según quién los realice (misión, invasión, operación…), pero, en esencia, todos surgen de las mismas debilidades humanas. Puede que el término “masacre” se haya quedado obsoleto, o que simplemente no sea políticamente correcto. Aun así, miles de pequeñas masacres siguen teniendo lugar allá donde las diferencias se impongan a las similitudes. Aparezcan o no en portada.

¿No están todos los conflictos actuales basados, de una u otra manera, en motivos étnicos? ¿No son las diferencias culturales o religiosas las que nos enfrentan? ¿No es la intransigencia el origen de todo enfrentamiento?

Pues no, parece que no hemos aprendido.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Triste pero cierto

Cuando vives fuera de casa, todo son preguntas.

Tienes la sensación de que están pasando infinidad de cosas importantes y no estás ahí para verlas. Te preguntas cómo estará ese amigo que buscaba trabajo. Si las obras de tu calle habrán terminado. Si tu madre habrá cambiado la disposición de los muebles. Entonces vuelves a casa por vacaciones y te das cuenta, aliviado, de que todo sigue siendo como era cuando te fuiste.

Pero esta vez es diferente. Estoy lejos de casa en un momento de cambio en España. O de supuesto cambio. Ayer, los españoles decidieron dar el poder a Mariano Rajoy. Tras la caída en picado del PSOE y Zapatero, los votantes le han castigado con el peor resultado de la historia del partido y ahora confían en que el nuevo presidente logre un cambio radical en la situación económica y social.

Sin embargo, no tengo esa sensación. No tengo la sensación de que me esté perdiendo ningún acontecimiento crucial. De hecho, ni siquiera voté por correo desde Reino Unido. Debería haberlo hecho, porque creo que de esa forma expresas tu apoyo a una democracia participativa. Por otro lado, no quiero participar en un tipo de democracia basada en una ley electoral que favorece a los grandes partidos y, por tanto, al bipartidismo que llevamos arrastrando durante décadas.

No creo que nada haya cambiado en esencia desde anoche. Sí, un nuevo gobierno se avecina. Pero algo me dice que no sólo depende de eso que España supere las adversidades. Ahora debería desear estar en España y respirar el aroma de esperanza que el nuevo gobierno trae consigo.

Pero ni tengo esperanza ni creo que el nuevo gobierno traiga ninguna solución inmediata. Simplemente ahora será otro gabinete el que intentará no enfadar a los mercados y salvarnos del hundimiento por la mínima. Y después será otro. Y después otro. Por mucho que nos quieran hacer creer lo contrario, llevamos sin cambios desde 1975.

Apatía y desilusión. Eso es todo lo que las elecciones generales han significado para mí.

viernes, 18 de noviembre de 2011

¿Esperando una salvación?

Estamos a dos días de las elecciones generales. Días en los que los votantes españoles deberían reflexionar… aunque me temo que nadie va a reflexionar sobre nada. El resultado está cantado, no hay cabida para las sorpresas de última hora.

El gobierno de Zapatero se ha convertido en una especie de bestia negra a la que nadie quiere ni mencionar. Cada frustración, cada reprimenda que los españoles afectados por la crisis lanzan tiene un claro objetivo: Zapatero. La crisis económica le ha derrotado. Es visto como uno de los peores presidentes que ha tenido España desde que se instauró la democracia, y es difícil encontrar a alguien que le apoye incluso en las filas del PSOE.

La caída de los sueldos, el aumento de la tasa de desempleo… todo parece ser consecuencia de las políticas ineficientes del todavía presidente. Puede que no haya tomado las mejores medidas para luchar contra el panorama, pero también ha tenido que enfrentarse a un periodo de incertidumbre y obstáculos extremos.

De todas formas, su popularidad ha caído en picado y ni los españoles ni las instituciones confían en él. Por tanto, un cambio drástico debería ser la mejor solución… ¿no? Si los votantes ya no confían en Zapatero… deberían votar a Rajoy… ¿no?

Esto es, de hecho, lo que va a suceder. El bipartidismo existente en España nos está haciendo menos capaces de considerar otras opciones en lugar de escoger la más fácil. ¿Qué pasa si no nos gusta el gobierno actual? Votamos al partido contrario. Eso es todo. Como si no tuviéramos más opciones. Sólo asumimos que esa es la manera de hacer que los problemas desaparezcan. No podemos hacerles frente de otra forma.

Esa es la democracia española.

Según este pensamiento, Rajoy (el más que probable próximo presidente) acabará con la crisis económica en España. Acabará con los despidos. Acabará con la deuda. Acabará con todos nuestros problemas. De la noche a la mañana.

Porque así es como se supone que funciona la democracia…¿no?

martes, 8 de noviembre de 2011

Soy periodista y quiero que me tengas miedo

Aviso para navegantes: este post es sólo una vía de escape. Lo único que voy a hacer durante las próximas líneas va a ser quejarme. No porque crea o deje de creer que sirve de algo, sino simplemente porque me apetece. Al menos todavía tenemos la libertad de hacerlo.

Llevo un tiempo (realmente, desde que empecé la carrera de periodismo) dándome cuenta de que algunos, bastantes, profesores, a la hora de hablar sobre los temas que un periodista debería tratar, nos hacen preguntas como ¿qué quiere leer la gente? ¿qué tipo de historias están buscando? Y esto no hace sino ratificar mi sentimiento de que el periodismo está más preocupado en contentar a la audiencia que en abrir ojos y despertar conciencias.

El periódico afín al partido de izquierdas/derechas ofrecerá un contenido inclinado a la ideología de izquierdas/derechas y se dirigirá a un público de izquierdas/derechas. El público de izquierdas/derechas estará encantado con el periódico de izquierdas/derechas y seguirá comprándolo. Y así. Total, si va bien, ¿para qué cambiar de táctica? Si es lo que da dinero… Es más, en Historia del Periodismo se estudia la aparición del tipo de prensa que tenemos ahora como la aparición de la “prensa comercial”. Y nos quedamos tan panchos.

Esta es una triste verdad que hace tiempo tengo asumida, pero me preocupa que los docentes encargados de formar a la próxima generación de periodistas lo tengan tan asumido que incluso lo transmitan como una máxima a seguir. “Eso no funcionaría”, “no es lo que nuestro público leería”, “tened en cuenta la ideología e intereses del público al que os dirigís”… son frases que he oído (preocupantemente) en numerosas ocasiones.

Está muy bien querer darle a la gente lo que busca, pero… creo sinceramente que esa es la enfermedad que sufre el periodismo español. Nos encanta soltar un “qué razón tiene” después de escuchar las declaraciones del político de turno líder de nuestro partido favorito. Porque, la verdad, pensar que puede ser que no nos estén contando las cosas como son… en fin, es algo incómodo. Demasiadas preocupaciones tenemos en nuestro día a día como para preocuparnos ahora de que nos den gato por liebre en uno u otro medio. Qué a gusto se está sabiendo de antemano lo que uno va a leer. Qué tranquilidad trae la ausencia de sorpresas. Qué comprendidos nos sentimos al escuchar a menganito expresar en la tele un reflejo de lo que pensamos. “Claro, ¿ves? Si es lo que yo digo…”

Eso es lo que el público quiere. Pero, hasta donde sé, los periodistas no somos artistas de cine ni estrellas de bandas de rock. No nos guía el fidelizar al público o vender entradas. De hecho, eso es lo más fácil para un periodista. Pero ¿qué pasa con lo que el público DEBE saber?

Serán informaciones incómodas, poco populares, controvertidas, arriesgadas… pero son las que nos sacarán de ese estado de conformismo que todos parecemos estar pasando por alto. Y a lo mejor así conseguimos algo. No se pueden cambiar el estado de las cosas sin conocer todas sus aristas.

La finalidad del buen periodista no debería ser contentar a todos. Sino hacer que nos revolviéramos en nuestras sillas.