sábado, 25 de junio de 2011

Dudo, luego existo.


Me asustan las personas que no dudan, o que no se conceden el derecho a hacerlo. Aquellos que afirman con rotundidad, que deciden unilateralmente que está bien y que está mal, considerando sus propias opiniones como proposiciones absolutamente objetivas que toda persona “con dos dedos de frente” debería compartir.

Es, prácticamente, irrelevante la exactitud de sus apreciaciones, el rigor y solidez de sus argumentos, o lo contrastados que estén los datos que fundamentan su discurso. Prima, por encima de todo ello, el “sentido común”, el suyo, claro.

No critico que la gente opine, ni mucho menos que se formen un criterio propio. Critico que dichas opiniones y criterios, lejos de ser considerados como lo que son, reflexiones subjetivas, pasen, en cambio, a constituir verdades no capaces de transigir en lo más mínimo con todo aquello que no concuerde con ellas.

Me asustan las personas que no dudan, o que no se conceden el derecho a hacerlo, porqué, creo, son los principales obstáculos que se encuentran en su camino quienes luchan por conseguir cambios y mejoras en la sociedad.

Millones de personas a lo largo de la historia han, dando incluso la vida, luchado por conseguir que generaciones futuras gozaran de mejores condiciones de vida. Mientras tanto otros tantos – de esos que, digo, me asustan – asentados en una posición desde la que el mundo se adivinaba inalterable, se esforzaban por desacreditar cualquier conato de cambio.
Me viene a la cabeza la imagen de aquel ciudadano, de bien, estadounidense que, allá por la década de los 60 del siglo pasado, se indignaba ante las reinvidicaciones en defensa de los derechos civiles de la población negra. Me lo imagino preguntándose que a que venía todo eso, si durante años los blancos habían ido por un lado y los negros por el otro, ¿qué sentido tenía?

Pero sin necesidad de remontarnos tanto en el tiempo, encontramos ahora mismo, muy cerca, un ejemplo exacto de lo mismo: miles y miles de personas, de toda condición y edad, se echan a la calle para reclamar medidas que no van más allá que la de equipararnos a países de nuestro entorno. Para conseguir desde una mayor transparencia en la gestión política, a una reforma de una ley electoral que fue pensada para tiempos en los que la democracia en nuestro país requería de una reforzada protección, o reivindicando una menor presencia de la especulación financiera en nuestra economía real.

Pero, como no podía ser de otra manera, sigue nuestro ciudadano, esta vez español pero igualmente de bien, pensando que a que viene todo esto; si las cosas están bien como están, si esas reinvidicaciones no son más que atentados contra el sentido común y el orden establecido si, después de todo, él está bien así.

¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Antonio Machado

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